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John Grisham - El testamento.doc
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Iban a ninguna parte porque no podían permitirse el lujo de alquilar estudios de grabación, pero su grupo sería

distinto. Decidió que se llamaría Ramble; él sería el contrabajista y cantante y las chicas lo perseguirían. Sería un

rock alternativo con fuertes influencias de rap, una cosa nueva. Una cosa que estaba inventándose.

Dos pisos más arriba, en el estudio de su espaciosa residencia, Tira, su madre, se pasaba el día charlando

por teléfono con los amigos que llamaban para darle su más sentido pésame. Casi todos chismorreaban con ella

lo suficiente para preguntarle cuánto dinero podría recibir en herencia, pero ella no se atrevía a calcularlo. Se

había casado con Troy en 1982 a la edad de veintitrés años y antes de hacerlo, había firmado un voluminoso

acuerdo prenupcial en virtud del cual en caso de divorcio sólo recibiría diez millones de dólares y una casa.

Se habían separado seis años atrás. Sólo le quedaban dos millones.

Sus necesidades eran muy grandes. Sus amigos poseían casas en tranquilas calas de las Bahamas mientras

que ella tenía que conformarse con hoteles de lujo. Ellos compraban ropa de diseño en Nueva York; ella, en

tiendas locales. Los hijos de sus amigos estudiaban en internados y no les daban la lata; en cambio, Ramble

estaba en el sótano y no quería salir de él.

Estaba segura de que Troy le habría dejado unos cincuenta millones de dólares. Una cantidad miserable.

Hizo el cálculo matemático mientras hablaba por teléfono con su abogado.

Geena Phelan Strong tenía treinta años y estaba sobreviviendo en medio de algo que se había convertido

en un tumultuoso matrimonio con Cody, su segundo marido, perteneciente a una acaudalada familia del Este.

Sin embargo, hasta la fecha el dinero no había sido más que un rumor y, desde luego, ella no lo había visto ni de

lejos. Cody había recibido una educación impecable —Taft, Dartmouth y un máster en Administración de

Empresas en Columbia— y se consideraba un visionario en el mundo del comercio. No conseguía conservar

ningún empleo. Su talento no podía permanecer encerrado entre las paredes de un despacho. Las órdenes y los

caprichos de los jefes no cortarían las alas a sus sueños. Cody sería multimillonario, un hombre hecho a sí

mismo, por supuesto, probablemente el más joven de la historia.

El hecho, no obstante, era que al cabo de seis años de vivir con ella Cody aún no había encontrado un

hueco. Y no sólo eso, sino que sus pérdidas eran asombrosas. En 1992 había hecho una arriesgada apuesta con

futuros de cobre que le había costado más de un millón del dinero de Geena. Y dos años después se había

John Grisham El testamento

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pillado los dedos con unas opciones sin garantía cuando el mercado bursátil cayó espectacularmente. Geena lo

abandonó durante cuatro meses, pero regresó siguiendo los consejos de sus asesores. Una empresa de pollos

congelados fracasó, y Cody escapó con unas pérdidas de sólo medio millón de dólares.

Gastaban un montón de dinero. Su abogado les había aconsejado que, a modo de terapia, viajaran, y

gracias a ello ambos habían recorrido el mundo. El hecho de ser jóvenes y ricos aliviaba muchos de sus

problemas, pero el dinero se estaba acabando. Los cinco millones de dólares que Troy le había entregado a su

hija al cumplir ésta los veintiún años habían quedado reducidos a menos de un millón, y sus deudas eran cada

vez más elevadas. La presión que estaba sufriendo su matrimonio había alcanzado casi el punto límite cuando

Troy se había arrojado al vacío desde su terraza.

De ahí que se hubieran pasado la mañana buscando casa en Swinks Mill, el lugar de sus más grandiosos

sueños. Éstos habían ido aumentando de tamaño conforme avanzaba el día, y a la hora del almuerzo ya estaban

interesándose por casas valoradas en más de dos millones de dólares. A las dos de la tarde se reunieron con una

entusiasta corredora de fincas apellidada Lee, una mujer con cabello cardado, pendientes de oro, dos teléfonos

móviles y un reluciente Cadillac. Geena se presentó como «Geena Phelan», pronunciando el apellido con toda

claridad, pero estaba claro que la tal Lee no debía de leer las publicaciones sobre economía, pues ni se inmutó, y

cuando ya iban por la tercera casa Cody se vio obligado a revelarle en voz baja la verdad acerca de su suegro.

—¿Aquel ricachón que se arrojó al vacío? —preguntó Lee, llevándose la mano a la boca.

Geena estaba inspeccionando el armario de un pasillo que en realidad ocultaba una sauna.

Cody asintió tristemente con la cabeza.

Al anochecer ya estaban visitando una casa vacía valorada en cuatro millones y medio de dólares y

considerando seriamente la posibilidad de hacer una oferta. Lee raras veces trataba con clientes tan ricos, motivo

por el cual ambos estaban volviéndola loca.

Rex, de cuarenta y cuatro años, hermano de Ti, era, en el momento de la muerte de Troy, el único de sus

hijos sometido a una investigación criminal. Todos sus males se debían al hundimiento de un banco y a toda la

serie de pleitos e investigaciones a que ello había dado lugar. Varios auditores bancarios y el FBI llevaban tres

años haciendo exhaustivas investigaciones.

Para costear su defensa y su lujoso estilo de vida, Rex había comprado, de la herencia de un hombre

muerto en el transcurso de un tiroteo, una cadena de bares topless y clubes de striptease de la zona de Fort

Lauderdale. El negocio de la carne era muy lucrativo; la clientela siempre era buena y el dinero en efectivo

podía ocultarse fácilmente. Sin ser demasiado codicioso, Rex se embolsaba unos veinticuatro mil dólares al mes

libres de impuestos, aproximadamente cuatro mil de cada uno de sus seis clubes. Éstos figuraban a nombre de su

mujer, Amber Rockwell, una bailarina de striptease a la que una noche había visto hacer su número en un bar.

De hecho, todos sus bienes estaban a nombre de su mujer, lo cual le producía una considerable inquietud. Con

un poco más de ropa, un poco menos de maquillaje y zapatos más discretos, Amber se hacía pasar por una mujer

respetable en los círculos que frecuentaban en Washington. Pocas personas conocían su pasado, pero en su fuero

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