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El periodismo

(adaptado)

Azorín, seudónimo de José Martínez Ruíz

(1874 – 1967)

conocido ensayista, crítico y escritor español

El director está sentado ante su mesa de trabajo. Dos golpecitos en la puerta.

- ¡Adelante!

Entra un mozo, que se detiene, respetuoso, ante la mesa.

- Siéntese usted. He recibido la carta de Pablo Díaz, además le he encontrado y hemos hablado de usted. ¿Quiere ser periodista en Madrid?

- Sí, señor.

- ¿Y en este periódico?

- Ese es mi deseo.

- ¿Tiene afición al periodismo?

- Verdadera pasión.

- Perfectamente. ¿Ha escrito usted mucho?

- En un periodiquito de pueblo; después, en la capital de la provincia.

- ¿Ha tenido polémicas?

- Dos o tres ruidosas.

- Perfectamente; la polémica es la verdadera prueba del periodista. Quien no sabe salir bien de una polémica, no es periodista.

- Eso creo.

- ¿Tendría Usted la bondad de hacerme un pequeño favor? Ahora le ruego a usted un pequeño favor.

- Todo lo que quiera.

- ¿Sabe Usted dónde está el estanco más próximo a esta casa?

- Sí, señor, a cinco minutos de aquí.

- Perfectamente. ¿Tendría Usted la bondad de ir a ese estanco y comprarme una caja de fósforos?

- Con mucho gusto.

- Aquí tiene usted los diez céntimos.

- ¡No vale la pena!

- Pues hasta ahora.

- Hasta ahora, señor director.

El mozo desaparece, y el director continua trabajando. Y piensa: “¿A qué prueba tan difícil, tan dura, tan arriesgada voy a someter a este muchacho? Pero parece simpático, y deseo saber lo que vale”.

El mozo regresa de la calle a los diez minutos, presenta la caja de fósforos al director, y éste exclama:

- ¡Muchas gracias! Perfectamente.

Hay una ligera pausa; el mozo no sabe qué pensar de este director tan excéntrico; es uno de los grandes periodistas españoles; pero ¡qué extravagancias tiene!

El director lentamente dice:

- Ahora le ruego a Usted otro pequeño favor.

- Todo lo que Usted quiera.

- ¿Ve Usted aquella puertecita? Por allí se va a la sala de redacción; a esta hora no hay nadie en la sala; encima de la mesa hay hojas de papel y plumas, Usted puede sentarse a la mesa y ponerse a escribir.

- ¿Un artículo?

- No, no; sencillamente lo que ha visto usted desde que ha salido de mi despacho para ir a comprar la caja de fósforos, hasta que ha vuelto Usted.

- Nada más.

- Nada más, eso es bastante.

-Con mucho gusto; al momento.

El mozo se va, y el director sigue trabajando.

Antes de desaparecer el mozo, el director ha gritado:

-¡Ah, no olvide Usted una regla fundamental! Una regla fundamental en toda narración.

- ¿Cuál?

- El poner una cosa detrás de otra; en eso está todo el arte del periodista... y el del historiador... y el del novelista.

El muchacho ha desaparecido. ¡Qué difícil es contar lo que se ve! Difícil es relatar lo que no se ha visto nunca; pero más difícil es contar lo que se está viendo todos los días. Si diez periodistas se ponen a contar un hecho, seguramente que ocho van a entregarse, en vez de contar, a consideraciones morales, a reflexiones preparatorias de la narración que el lector espera y no llega. El arte del periodista no se puede enseñar en ninguna escuela; es intuición rápida y visión exacta de las cosas; todo lo demás – cultura, erudición, historia, sociología – son adherencias que no crean la aptitud innata y precisa.

El arte del periodista es el de saber contar. El de saber narrar los hechos y el de explicar las frases, las matices, los pormenores de un problema político y social. ¿En qué escuela se aprende todo eso?

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