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26 - Ladrón de Tiempo - Terry Pratchett - tetel...doc
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07.09.2019
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Igor se puso tenso. Nunca antes había escuchado ese tono en la voz de Jeremy. En la voz de un amo, era un mal tono.

Jeremy respiró hondo, nervioso, como si estuviera contemplando alguna pieza de relojería diminuta y difícil que, sin tremendo cuidado, se hubiera desajustado catastróficamente, rociando engranajes a través del piso.

—Hum... me estaba preguntando, hum, su señoría, hum... quizás, hum, le gustaría cenar conmigo, hum, esta noche, hum...

Jeremy sonrió. Igor había visto una mejor sonrisa sobre un cadáver.

La expresión de Lady LeJean parpadeó. Realmente lo hizo. A Igor le pareció que iba de una expresión a otra como si fuera una serie de imágenes quietas, sin movimiento perceptible de los rasgos entre ellas. Pasó de su vacuidad habitual a la repentina amabilidad y luego todo el camino hasta el asombro. Y entonces, ante el asombro del propio Igor, empezó a ruborizarse.

—Vaya, Sr. Jeremy... no sé qué decir —tartamudeó su señoría, su helada compostura convertida en un charco tibio—. Yo... realmente... no sé... ¿quizás en algún otro momento? Tengo un compromiso importante, así que me complace haberlo conocido, ya debo irme. Adiós.

Igor se cuadró rígidamente, tan derecho como podía lograr el promedio de los Igors, y casi cerró la puerta detrás de su señoría mientras salía aprisa del edificio bajando los escalones.

Ella terminó, sólo por un momento, media pulgada por encima de la calle. Fue sólo por un momento, y luego se movió hacia abajo. Nadie excepto Igor, mirando hoscamente a través de la abertura entre la puerta y el marco, pudo posiblemente haberse dado cuenta.

Regresó precipitadamente al taller. Jeremy todavía estaba de pie paralizado, tan ruborizado como su señoría.

—Ssaldré un momento ssólo para busscar esse nuevo trabajo de vidrio para el multiplicador, sseñor —dijo Igor rápidamente—. Ya debería esstar hecho. ¿Ssí?

Jeremy giró sobre los talones y se acercó muy rápidamente a la mesa de trabajo.

—Hágalo, Igor. Gracias —dijo, su voz ligeramente embozada. El grupo de Lady LeJean estaba abajo en la calle cuando Igor se escabulló y se movió hacia las sombras rápidamente.

En la encrucijada su señoría agitó una mano vagamente y los trolls se alejaron solos. Igor se quedó con ella. A pesar de toda la cojera típica, los Igors podían moverse rápido cuando tenían que hacerlo. Tenían que hacerlo a menudo, cuando la turba atacaba el molino.14

Afuera al aire libre podía ver más cosas equivocadas. Ella no se movía muy bien. Era como si estuviera controlando su cuerpo, más que dejando que él se controlara a sí mismo. Eso era lo que los humanos hacían. Incluso los zombis le encontraban la vuelta a estas cosas después de un rato. El efecto era sutil, pero los Igors tenían muy buena vista. Se movía como alguien poco acostumbrado a llevar piel.

La señora se dirigió por una calle angosta, e Igor medio esperó que alguien del Gremio de Ladrones estuviera por aquí. Le hubiera gustado mucho ver qué ocurría si uno de ellos le daba el golpecito en la cabeza que era su preludio a las negociaciones. Uno lo había intentado con Igor ayer, y si el hombre se había sorprendido ante el sonido metálico, había quedado asombrado al tener su brazo sujeto y quebrado con exactitud anatómica.

De hecho, ella giró en un callejón entre un par de edificios.

Igor vaciló. Permitirse quedar perfilado a la luz del día en la boca de un callejón era el punto número uno en la lista local de muerte. Pero, por otro lado, no estaba haciendo nada malo en realidad, ¿verdad? Y ella no parecía armada.

No había sonido de pisadas en el callejón. Esperó un momento y asomó la cabeza alrededor de la esquina.

No había ninguna señal de Lady LeJean. Tampoco había ninguna manera de salir del callejón; era un callejón sin salida, lleno de basura.

Pero había una forma gris que se esfumaba en el aire, que desapareció incluso mientras la miraba. Era una túnica con capucha, gris como la niebla. Se fusionó con la penumbra general y desapareció.

Ella había entrado en un callejón, y luego se había convertido en... otra cosa.

Igor sentía que sus manos temblaban.

Los Igors individuales podrían tener sus especialidades particulares, pero todos eran cirujanos expertos y tenían un deseo innato de no de ver a nadie malgastado. En las montañas, donde la mayor parte del empleo era para leñadores y mineros, tener a un Igor viviendo en la zona se consideraba muy afortunado. Siempre estaba el riesgo de que un hacha rebotara o que una hoja de sierra se volviera loca, y entonces un hombre se alegraba de tener un Igor cerca, quien podía darle una mano, o incluso un brazo entero, si tenía suerte.

Y mientras practicaban sus habilidades libre y generosamente en la comunidad, los Igors eran aun más cuidadosos al usarlas entre ellos. Una vista magnífica, un saludable par de pulmones, un sistema digestivo poderoso... Era terrible pensar en tal maravillosa destreza yendo a parar a los gusanos. Así que se aseguraban de que no fuera así. La mantenían en la familia.

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