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26 - Ladrón de Tiempo - Terry Pratchett - tetel...doc
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07.09.2019
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Igor hizo una mueca, pero había que pensar en el Código.

—¿Le ofressco algo de té, sseñor? —dijo, mientras todos los Auditores miraban furiosos al doctor.

—¿Qué es este té? —demandó el Sr. Blanco.

—¡Es el protocolo! —respondió con presteza Lady LeJean.

El Sr. Blanco vaciló. El protocolo era importante.

—Er, er, er, sí —dijo Jeremy—. El té, Igor, por favor. Por favor.

—¡Caramba, veo que ha acabado su reloj! —dijo el Dr. Hopkins, aparentemente ajeno a una atmósfera que podía haber hecho flotar el hierro—. ¡Qué magnífica obra de arte!

Los Auditores se miraron unos a otros mientras el doctor los pasaba y miraba la esfera de vidrio.

—¡Bien hecho efectivamente, Jeremy! —dijo, quitándose las gafas y limpiándolas con entusiasmo—. ¿Y qué es este bonito brillo azul?

—Es, es el anillo de cristal —dijo Jeremy—. Es, es...

—Hila la luz —dijo Lady LeJean—. Y entonces hace un agujero en el universo.

—¿De veras? —dijo el Dr. Hopkins, poniéndose las gafas—. ¡Qué idea tan original! ¿Sale un cuco?

Tick

De las peores palabras que pueden ser escuchadas por cualquiera a gran altura en el aire, el par conocido como ‘Oh-oh’ posiblemente combina el máximo terror de intestinos anudados con el mínimo gasto de aliento.

Cuando Lu-Tze las pronunció, Lobsang no necesitó una traducción. Había estado observando las nubes durante algún tiempo. Se estaban poniendo más negras, y más espesas, y más oscuras.

—¡El asa está hormigueando! —gritó Lu-Tze.

—¡Es porque hay una tormenta justo encima de nosotros! —gritó Lobsang.

—¡El cielo estaba tan claro como una campana hace algunos minutos!

Ankh-Morpork estaba mucho más cerca ahora. Lobsang podía distinguir algunos de los edificios más altos, y veía al río serpentear a través de la llanura. Pero la tormenta estaba acercándose todo alrededor de la ciudad.

—¡Voy a tener que aterrizar esta cosa mientras pueda! —dijo Lu-Tze—. Sujétate...

El palo cayó hasta quedar a unos pies por encima de los campos de col. Las plantas pasaban veloces como manchas verdes a unas pulgadas por debajo de las sandalias de Lobsang.

Lobsang escuchó otra palabra que, mientras no era la peor que podías escuchar mientras estabas en el aire, no era para nada buena cuando era dicha por la persona que conducía.

—Er...

—¿Sabe cómo detener esto? —gritó Lobsang.

—No con tantas palabras —gritó Lu-Tze—. Sujétate, voy a probar algo...

El palo se inclinó hacia arriba pero siguió moviéndose en la misma dirección. Las cerdas rozaron las coles.

Se necesitó el ancho de un campo para disminuir la velocidad, al final de un surco con el olor que solamente las hojas aplastadas de col podían producir.

—¿Qué tan fino puedes rebanar el tiempo? —preguntó el barrendero, caminando sobre las plantas destruidas.

—Soy bastante bueno... —empezó Lobsang.

—¡Mejora rápidamente!

Lu-Tze se esfumó en azul mientras corría hacia la ciudad. Lobsang lo alcanzó en unas cien yardas pero el barrendero todavía se estaba esfumando, todavía rebanaba el tiempo más y más delgado. El aprendiz apretó los dientes y lo siguió, tensionando cada músculo.

El anciano podría ser un fraude cuando se trataba de pelear, pero aquí no había bromas. El mundo fue de azul a índigo y a una no-natural oscuridad negro azabache, como la sombra de un eclipse.

Éste era el tiempo profundo. No podías quedarte allí mucho tiempo, lo sabía. Incluso si podías tolerar el espantoso frío, había partes del cuerpo que no estaban diseñadas para esto. Si ibas demasiado lejos, también, y te morirías si volvías demasiado rápido...

No lo había visto, por supuesto, ningún aprendiz lo había visto, pero había algunos dibujos muy gráficos en las aulas. La vida de un hombre podía volverse sumamente dolorosa si su sangre empezara a moverse a través del tiempo más rápido que sus huesos. Sería también muy breve.

—No puedo... aguantar esto... —jadeó, corriendo detrás de Lu-Tze en la penumbra violeta.

—Tú puedes —jadeó el barrendero—. Eres rápido, ¿correcto?

—¡No estoy... entrenado... para esto!

La ciudad se estaba acercando.

—¡Nadie ha sido entrenado para esto! —gruñó Lu-Tze—. ¡Lo haces, y descubres que eres bueno!

—¿Qué ocurre si descubres que no eres bueno? —dijo Lobsang. El ritmo se sentía más fácil ahora. Ya no tenía la sensación de que su piel estuviera tratando de arrancarse.

—Los hombres muertos no averiguan cosas —dijo Lu-Tze. Giró la cabeza hacia su aprendiz y su sonrisa malvada era una curva de dientes amarillos en las sombras—. ¿Le agarras la vuelta? —añadió.

—Estoy... estoy al máximo...

—¡Correcto! Entonces, ahora que nos hemos calentado...

Para horror de Lobsang, el barrendero se esfumó más lejos en la oscuridad.

Convocó reservas que sabía que no tenía. Le gritó a su hígado para que se quedara con él, creyó sentir que su cerebro crujía, y se lanzó en picada.

La forma de Lu-Tze se iluminó mientras Lobsang llegaba con él en el tiempo.

—¿Todavía aquí? ¡Un último esfuerzo, muchacho!

—¡No puedo!

—¡Tú puedes maldita sea!

Lobsang tragó aire congelado y se lanzó hacia adelante...

... hasta donde de repente había una luz calma de color azul claro y Lu-Tze estaba trotando lentamente entre los carros congelados y las personas inmóviles alrededor de la puerta de la ciudad.

—¿Lo ves? Nada difícil —dijo el barrendero—. Sólo mantenerse, eso es todo. Bueno y estable.

Era como mantener el equilibrio sobre un cable. Estaba bien si no pensabas en ello.

—Pero todos los rollos dicen que te pones azul, y violeta, y negro, y entonces golpeas la Muralla —dijo Lobsang.

—Ah, bien, los rollos —dijo Lu-Tze, y lo dejó allí, como si el tono de la voz lo dijera todo—. Éste es el Valle de Zimmerman, muchacho. Ayuda si sabes que está aquí. El abad dijo que es algo relacionado con... ¿qué era? ... Oh, sí, condiciones de límite. Algo como... la espuma sobre la marea. ¡Estamos justo sobre el borde, muchacho!

—¡Pero puedo respirar fácilmente!

—Sí. No debería ocurrir. Sigue moviéndote, a pesar de todo, de otra manera agotarás todo el buen aire alrededor del campo de tu cuerpo. Buen viejo Zimmerman, ¿eh? Uno de los mejores, fue. Y calculaba que había otro declive aun más cerca de la Muralla, también.

—¿Alguna vez lo encontró?

—No lo creo.

—¿Por qué?

—La manera en que estalló me dio una pista. ¡No te preocupes! Puedes mantener la rebanada fácilmente aquí. No tienes que pensar en eso. ¡Tienes otras cosas en qué pensar! ¡Ten vigiladas esas nubes!

Lobsang miró hacia arriba. Incluso en este paisaje de azul-sobre-azul, las nubes sobre la ciudad se veían ominosas.

—Es lo que ocurrió allá en Uberwald —dijo Lu-Tze—. El reloj necesita mucha potencia. La tormenta estalló de la nada.

—¡Pero la ciudad es inmensa! ¿Cómo podemos encontrar un reloj aquí?

—Primero, vamos a ir hacia el centro —dijo Lu-Tze.

—¿Por qué?

—Porque con suerte no tendremos que correr tanto cuando el relámpago caiga, por supuesto.

—¡Barrendero, nadie puede correr más que el relámpago!

Lu-Tze giró sobre sí mismo y agarró a Lobsang de la túnica, arrastrándolo más cerca.

—¡Entonces dime hacia dónde correr, muchacho veloz! —gritó—. ¡Se espera más de ti que encontrar el tercer ojo, muchacho! ¡Ningún aprendiz debería ser capaz de encontrar el Valle de Zimmerman! ¡Toma cientos de años de entrenamiento! ¡Y nadie debería ser capaz de hacer que las ruecas se incorporen y bailen al son de su melodía la primera vez que las ve! Piensas que soy tonto, ¿verdad? Muchacho huérfano, extraño poder... ¿qué diablos eres tú? ¡El Mandala te conocía! Bien, soy sólo un humano mortal, y lo que sé es. ¡Maldito sea si veo el mundo hecho añicos por segunda vez! ¡Así que ayúdame! ¡Sea lo que sea que tienes, lo necesito ahora! ¡Úsalo!

Lo soltó, y retrocedió. Una vena en su cabeza calva estaba latiendo.

—Pero no sé qué puedo hacer...

¡Averigua qué puedes hacer!

Tick

Protocolo. Reglas. Precedente. Maneras de hacer las cosas. Así es como hemos trabajado siempre, pensó Lady LeJean. Esto y esto deben seguir a eso. Siempre ha sido nuestra fuerza. ¿Me pregunto si puede ser una debilidad?

Si las miradas pudieran matar, el Dr. Hopkins sería una mancha sobre la pared. Los Auditores observaban cada movimiento como gatos mirando una nueva especie de ratón.

Lady LeJean había estado encarnada mucho más tiempo que los otros. El tiempo puede cambiar un cuerpo, especialmente cuando nunca antes has tenido uno. No habría mirado fijamente y echado humo. Habría aporreado al doctor hasta derribarlo. ¿Qué era un humano más?

Se dio cuenta, con algo de asombro, que ese pensamiento era un pensamiento humano.

Pero los otros seis todavía estaban verdes. Todavía no se habían dado cuenta de las dimensiones de duplicidad que necesitabas para sobrevivir como un ser humano. Claramente encontraban difícil pensar dentro del pequeño mundo oscuro detrás de los ojos, también. Los Auditores llegaban a las decisiones en concierto con miles, millones de otros Auditores.

Tarde o temprano aprenderían a ser sus propios pensadores, sin embargo. Podría llevar algo de tiempo, porque primero tratarían de aprender unos de otros.

Por el momento estaban observando la bandeja de té de Igor con gran sospecha.

—Beber té es el protocolo —dijo Lady LeJean—. Debo insistir.

—¿Es esto correcto? —ladró el Sr. Blanco al Dr. Hopkins.

—Oh, sí —dijo el doctor—. Con un bizcocho de jengibre, habitualmente —añadió esperanzadamente.

—Un bizcocho de jengibre —repitió el Sr. Blanco—. ¿Un bizcocho de color rojo-marrón?

—Ssí, sseñor —dijo Igor. Hizo un gesto con la cabeza hacia el plato sobre la bandeja.

—Me gustaría probar un bizcocho de jengibre —dijo la Srta. Rojo.

Oh sí, pensó Lady LeJean, por favor pruebe los bizcochos de jengibre.

—¡Nosotros no comemos ni bebemos! —dijo con brusquedad el Sr. Blanco. Lanzó una mirada de profunda sospecha a Lady LeJean—. Podría causar maneras incorrectas de pensar.

—Pero es la costumbre —dijo Lady LeJean—. Ignorar el protocolo es llamar la atención.

El Sr. Blanco vaciló. Pero se adaptaba rápido.

—¡Está contra nuestra religión! —dijo—. ¡Correcto!

Era un salto asombroso. Era ingenioso. Y había llegado a él totalmente solo. Lady LeJean estaba impresionada. Los Auditores habían tratado de comprender la religión, porque mucho de lo que no tenía sentido de ninguna manera era hecho en su nombre. Pero también podía disculpar prácticamente cualquier tipo de excentricidad. El genocidio, por ejemplo. En comparación, evitar beber el té era fácil.

—¡Sí, efectivamente! —dijo el Sr. Blanco, volviéndose a los otros Auditores—. ¿No es verdad?

—Sí, eso no es verdad. ¡Efectivamente! —dijo el Sr. Verde desesperadamente.

—¿Oh? —dijo el Dr. Hopkins—. No sabía que había alguna religión que prohibiera el té.

—¡Efectivamente! —dijo el Sr. Blanco. Lady LeJean casi podía sentir su mente a toda velocidad—. Es un... sí, es una bebida del... correcto... es una bebida de los... dioses extremadamente malos, negativamente respetados. Es un... correcto... es un mandamiento de nuestra religión... sí... a rechazar bizcochos de jengibre también. —Había sudor sobre su frente. Para un Auditor, esto era creatividad a nivel de genio—. También —continuó lentamente, como si leyera las palabras de alguna página invisible a todos los demás—, nuestra religión... ¡correcto! ... ¡Nuestra religión exige que el reloj sea puesto en marcha ahora! Porque... ¿quién puede saber cuándo puede ser la hora?

A pesar de sí misma, Lady LeJean casi aplaudió.

—¿Quién realmente? —dijo el Dr. Hopkins.

—Yo, yo estoy absolutamente de acuerdo —dijo Jeremy, que había estado mirando a Lady LeJean—. No comprendo a quién... por qué hay todo este escándalo... No comprendo por qué... oh, cielos... Estoy teniendo un dolor de cabeza...

El Dr. Hopkins derramó su té por la velocidad con que se levantó y metió la mano en el bolsillo de su abrigo.

—... Ahsucedequepaséporlafarmaciamientrasvenía... —empezó, todo en una respiración.

—Siento que no es momento de poner en marcha el reloj —dijo Lady LeJean, moviéndose a lo largo del escritorio. El martillo todavía estaba ahí, provocativo.

—Estoy viendo esos pequeños destellos de luz, Dr. Hopkins —dijo Jeremy con urgencia, mirando fijo a media distancia.

—¡No los destellos de luz! ¡No los destellos de luz! —dijo el Dr. Hopkins. Agarró una cuchara de la bandeja de Igor, la miró, la lanzó por encima de su hombro, volcó el té de una taza, abrió la botella de medicina azul haciendo añicos la boca contra el borde del banco, y vertió toda una taza, derramando bastante en el apuro.

El martillo estaba a unas pulgadas de la mano de su señoría. No se atrevía a girar para mirarlo, pero podía sentirlo allí. Mientras los Auditores miraban a Jeremy que temblaba, dejó que sus dedos cruzaran el banco. Ni siquiera tendría que moverse. Un enérgico tiro hacia abajo sería suficiente.

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