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26 - Ladrón de Tiempo - Terry Pratchett - tetel...doc
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07.09.2019
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Varios se secaron el sudor de sus ojos y trotaron hacia el podio, aliviados por escuchar cualquier tipo de orden, mientras que detrás de ellos los Aplazadores aullaban.

—¡Correcto! —dijo Lu-Tze, mientras se reunían más y más—. ¡Ahora escúcheme! ¡Ésta es sólo una marejada en cascada! ¡Todos ustedes han oído hablar de ellas! ¡Podemos manejarla! Sólo tenemos que enlazar futuros y pasados, los más rápidos primero...

—El pobre Sr. Shoblang ya probó eso —dijo un monje. Hizo un gesto con la cabeza hacia la triste pila.

—Entonces quiero dos equipos... —Lu-Tze se detuvo—. ¡No, no tenemos tiempo! ¡Lo haremos por las plantas de nuestros pies, como solíamos hacerlo! ¡Cada hombre a una rueca, sólo golpeen las barras cuando lo diga! ¡Listos para hacerlo cuando diga los números!

Lu-Tze trepó al podio y pasó la vista sobre una tabla cubierta con bobinas de madera. Un nimbo rojo o azul sobrevolaba cada una.

—¡Qué desorden! —dijo—. ¡Qué desorden!

—¿Qué quieren decir? —dijo Lobsang.

Las manos de Lu-Tze se extendieron sobre las bobinas.

—Está bien. Las teñidas de rojo están soltando tiempo, acelerándolo —dijo—. Las teñidas de azul, están recogiendo tiempo, disminuyendo su velocidad. La luminosidad del color significa qué tan rápido lo están haciendo. Excepto que ahora todos están girando sin control porque la marejada los dejó sueltos, ¿comprendes?

—¿Sueltos de qué?

—De la carga. Del mundo. ¿Ves allá arriba? —Agitó una mano hacia dos estantes largos que corrían todo a lo largo de la pared de la caverna. Cada uno tenía una hilera de obturadores de media vuelta, una línea color azul, una línea rojo oscuro.

—¿Cuantos más obturadores indiquen un color, más tiempo se acumula o se suelta?

—¡Buen muchacho! ¡Mantenlos equilibrados! Y la manera de salir de esto es acoplar las ruecas en pares, de modo que recojan y suelten de la una a la otra. Que se anulen mutuamente. El pobre viejo Shoblang estaba tratando de volver a ponerlas en servicio, creo. No puede hacerse, no durante una marejada. Tienes que permitir que todo se caiga, y luego recoges los pedazos cuando está bien y tranquilo. —Echó un vistazo a las bobinas y luego a la multitud de monjes—. Correcto. Tú... 128 a 17, y luego 45 a 89. Ya se va. Y ... 596 a, déjeme ver... sí, 402...

—¡Setecientos noventa! —gritó Lobsang, señalando una bobina.

—¿Tú qué?

—¡Setecientos noventa!

—No seas tonto. Ése todavía está liberando, muchacho. Cuatrocientos dos es nuestro hombre, justo aquí.

—¡Setecientos noventa está cerca de empezar a acumular tiempo otra vez!

—Todavía está de color azul brillante.

—Va a empezar a recoger. Lo sé. Porque... —el dedo del novato se movió sobre las líneas de bobinas, vaciló, y señaló un carrete del otro lado de la tabla—... está igualando velocidades con éste.

Lu-Tze miró con atención.

—Está escrito, ‘¡Bien, bajaré al pie de nuestra escalera!’ —dijo—. Están formando una inversión natural. —Miró a Lobsang entrecerrando los ojos—. No eres la reencarnación de alguien, ¿verdad? Eso ocurre mucho por estos lares.

—No lo creo. Sólo es... obvio.

—¡Hace un momento no sabías nada sobre éstos!

—Sí, sí, pero cuando usted los ve... es obvio.

—¿Lo es? ¿Lo es? Muy bien. ¡Entonces la tabla es tuya, muchacho maravilla! —Lu-Tze retrocedió.

—¿Mía? Pero yo...

—¡Continúa! Es una orden.

Por un momento hubo un indicio de luz azul alrededor de Lobsang. Lu-Tze se preguntó cuántas veces se había plegado alrededor de sí mismo en ese segundo. Tiempo suficiente para pensar, indudablemente.

Entonces el muchacho gritó media docena de pares de números. Lu-Tze se volvió a los monjes.

—¡Háganlo, muchachos! ¡El Sr. Lobsang tiene la tabla! ¡Ustedes muchachos sólo observen esos soportes!

—Pero es un novicio... —empezó uno de los monjes, y se detuvo y retrocedió cuando vio la expresión de Lu-Tze—. Muy bien, Barrendero... muy bien...

Un momento después se escuchó el sonido de pareadores que saltaban en su lugar. Lobsang gritó otro juego de números.

Mientras los monjes corrían hacia y desde los pozos buscando grasa, Lu-Tze observó la columna más cercana. Todavía estaba girando rápido, pero estaba seguro de que podía ver los grabados.

Lobsang pasó la vista sobre la tabla otra vez y miró los rugientes cilindros, y luego nuevamente las líneas de obturadores.

Lu-Tze sabía que no había nada escrito sobre todo esto. No podías enseñarlo en un aula, aunque lo intentaras. Un buen conductor de rueca lo aprendía a través de las plantas de sus pies, como toda la teoría que te enseñaban estos días. Aprendería a sentir las corrientes, a ver las hileras de Aplazadores como piletas o fuentes de tiempo. El viejo Shoblang era tan bueno que había sido capaz de sacar un par de horas de tiempo desperdiciado de un aula de aburridos alumnos sin que lo notaran siquiera, y deshacerse de ellas en un taller ajetreado a mil millas de distancia, tan pulcramente como te gustara.

Y entonces estaba ese truco que solía hacer con una manzana para asombrar a los aprendices. La pondría sobre un pilar junto a ellos, y luego sacudiría el tiempo de uno de los husos pequeños sobre ella. En un instante sería una colección de pequeños árboles larguiruchos antes de volverse polvo. Es lo que les pasará si hacen mal las cosas, les diría.

Lu-Tze echó un vistazo a la pila de polvo gris bajo el sombrero que se desintegraba mientras pasaba rápidamente. Bien, tal vez era la manera en que habría querido irse...

Un grito de piedra atormentada lo hizo mirar hacia arriba.

—¡Mantengan esos cojinetes engrasados, ustedes demonios flojos! —gritó, corriendo por las hileras—. ¡Y observen esos raíles! ¡Saquen las manos de los husos! ¡Lo estamos haciendo bien!

Mientras corría mantenía sus ojos sobre las columnas. Ya no estaban girando al azar. Ahora, tenían determinación.

—¡Creo que estás ganando, muchacho! —le gritó a la figura sobre el podio.

—¡Sí, pero no puedo balancearlo! ¡Hay demasiado tiempo almacenado y ningún lugar dónde ponerlo!

—¿Cuánto?

—¡Casi cuarenta años!

Lu-Tze echó un vistazo a los obturadores. Cuarenta años parecía más o menos bien, pero seguramente...

—¿Cuánto? —dijo.

—¡Cuarenta! ¡Lo siento! ¡No hay nada donde ponerlo!

—¡No hay problema! ¡Róbalo! ¡Libera la carga! ¡Siempre podemos recuperarlo después! ¡Deshazte de él!

—¿Dónde?

—¡Busca un área grande de mar! —El barrendero señaló un burdo mapa del mundo pintado sobre la pared—. ¿Sabes cómo... Puedes ver cómo darle el efecto y la dirección correctos?

Otra vez, estaba la luz azul en el aire.

—¡Sí! ¡Creo que sí!

—¡Sí, imagino que sí! ¡Cuando quieras, entonces!

Lu-Tze agitó su cabeza. ¿Cuarenta años? ¿Él estaba preocupado por cuarenta años? ¡Cuarenta años no eran nada! Conductores aprendices habían arrojado cincuenta mil años antes de ahora. Así era la cosa con el mar. Sólo permanecía grande y lluvioso. Siempre había sido grande y lluvioso, siempre sería grande y lluvioso. Oh, tal vez los pescadores empezarían a sacar extraños peces barbudos que sólo habían visto alguna vez como fósiles, ¿pero a quién le importaba qué sucedía con un grupo de bacalaos?[13]

El sonido cambió.

—¿Qué estás haciendo?

—¡He encontrado espacio en el número 422! ¡Puede tomar otros cuarenta años! ¡No tiene sentido perder tiempo! ¡Lo estoy arrastrando ahora!

Hubo otro cambio de tono.

—¡Lo tengo! ¡Estoy seguro de que lo tengo!

Algunos de los cilindros más grandes ya estaban disminuyendo la velocidad hasta detenerse. Ahora Lobsang estaba moviendo perillas alrededor de la tabla más rápido de lo que el perplejo Lu-Tze podía seguir. Y, por encima, los obturadores se estaban cerrando, uno tras otro, mostrando madera oscurecida por la edad en lugar de color.

Nadie podía ser tan exacto, ¿verdad?

—¡Te faltan meses ahora, muchacho, meses! —gritó—. ¡Mantenlo! ¡No, caray, te faltan días... días! ¡Mírame!

El barrendero corrió hacia el final del salón, donde los Aplazadores eran más pequeños. El tiempo estaba afinado aquí, sobre cilindros de tiza y madera y otros materiales efímeros. Para su asombro, algunos de ellos ya estaban disminuyendo la velocidad.

Corrió por un pasillo de columnas de roble de algunos pies de altura. Pero incluso los Aplazadores que podían almacenar tiempo en horas y minutos estaban quedando en silencio.

Se escuchó un sonido chirriante.

A su lado, un último pequeño cilindro de tiza al final de una hilera se movió sobre su soporte como un trompo.

Lu-Tze se deslizó hacia él, mirándolo atentamente, una mano levantada. El chirrido era el único sonido ahora, aparte del clink ocasional de los soportes enfriándose.

—Casi está —gritó—. Disminuyendo la velocidad ahora... espera por él, espera... por... él...

El Aplazador de tiza, no más grande que una bobina de algodón, disminuyó la velocidad, dio una vuelta... se detuvo.

Sobre los estantes, los últimos dos obturadores se cerraron.

La mano de Lu-Tze cayó.

¡Ahora! ¡Congela la tabla! ¡Que nadie toque nada!

Por un momento hubo un silencio de muerte en el salón. Los monjes observaban, conteniendo la respiración.

Éste era un momento atemporal, de equilibrio perfecto.

Tick

Y en ese momento atemporal el fantasma del Sr. Shoblang, para quien la escena estaba brumosa y confusa como si la viera a través de una gasa, dijo:

—¡Esto es sencillamente imposible! ¿Vio eso?

¿VER QUÉ? Dijo una figura oscura detrás de él.

Shoblang giró.

—Oh —dijo, y añadió con repentina seguridad—, usted es Muerte, ¿correcto?

SÍ. SIENTO MUCHO HABER LLEGADO TARDE.

El espíritu antes conocido como Shoblang bajó la mirada a la pila de polvo que representaba su mundana habitación durante los previos seiscientos años.

—También yo —dijo. Codeó a Muerte en las costillas.

¿EXCÚSEME?

—Dije, ‘Siento llegar tarde’. Boom, boom.

¿PERDONE USTED?

—Er, ya sabe... Siento llegar tarde. Como... ¿muerto?

Muerte asintió. OH, YA VEO. FUE EL ‘BOOM BOOM’ LO QUE NO COMPRENDÍ.

—Er, era para mostrar que era una broma —dijo Shoblang.

AH, SÍ. PUEDO VER CUÁN NECESARIO ERA. A DECIR VERDAD, SEÑOR SHOBLANG, MIENTRAS QUE USTED LLEGA TARDE, TAMBIÉN LLEGA TEMPRANO. BOOM, BOOM.

—¿Perdone?

USTED HA MUERTO ANTES DE TIEMPO.

—¡Bien, sí, eso creo yo!

¿TIENE ALGUNA IDEA DE POR QUÉ? ES MUY ANORMAL.

—Todo lo que sé es que las ruecas se pusieron locas y debo haber recibido una carga cuando una de ellas se pasó de velocidad —dijo Shoblang—. Pero, hey, qué me dice de ese muchacho ¿eh? ¡Mire la manera en que está haciendo bailar a los cabrones! ¡Ojalá lo hubiera tenido entrenando conmigo! ¿Qué estoy diciendo? ¡Él podría darme unos cuantos consejos!

Muerte miró a su alrededor. ¿A QUIÉN SE REFIERE USTED?

—Ese muchacho en el podio, ¿lo ve?

NO, ME TEMO QUE NO VEO A NADIE ALLÍ.

—¿Qué? ¡Mire, está justo allí! Claro como la nariz sobre su ca... bien, obviamente no sobre su cara...

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