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26 - Ladrón de Tiempo - Terry Pratchett - tetel...doc
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07.09.2019
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Igor parecía avergonzado por esto.

—Ssí —dijo—, y luego otra vess, no.

—Las cosas existen o no —dijo Jeremy—. Estoy muy seguro de eso. Tengo medicina.

—Exssisstió —dijo Igor—, y luego, desspuéss de haber exssisstido, nunca había exssisstido. Ess lo que mi abuelo me contó, ¡y él consstruyó esse reloj con esstass missmass manoss!

Jeremy bajó la vista. Las manos de Igor eran nudosas, y, ahora que las miraba, tenía muchas cicatrices alrededor de las muñecas.

—Realmente confiamoss en lass herenciass en nuesstra familia —dijo Igor, percatándose de su mirada.

—Del tipo de... segunda mano, jajaja —dijo Jeremy. Se preguntaba dónde estaba su medicina.

—Muy grassiosso, sseñor —dijo Igor—. Pero Abuelo Igor ssiempre dijo que desspuéss fue como... un ssueño, sseñor.

—Un sueño...

—El taller era diferente. El reloj no esstaba allí. El Demente Doctor Wingle, él era ssu amo en esse momento, no esstaba trabajando en el reloj de vidrio en absoluto sino en una manera de exsstraer rayoss de ssol de lass naranjass. Lass cossass eran diferentess y ssiempre lo habían ssido, sseñor. Como ssi nunca hubieran ocurrido.

—¡Pero apareció en un libro para muchachos!

—Ssí, sseñor. Una esspessie de acertijo, sseñor.

Jeremy miró la sábana con su carga de garabatos. Un reloj exacto. Eso era todo lo que era. Un reloj que haría todos los demás relojes innecesarios, había dicho Lady LeJean. Construir un reloj como ése significaría que el relojero pasaría a la historia de la conservación del tiempo. Es cierto, el libro decía que el Tiempo estaba atrapado en el reloj, pero Jeremy no tenía ningún interés en cosas Inventadas. De todos modos, un reloj sólo medía. La distancia no se ponía complicada en una cinta de medir. Todo lo que un reloj hacía era contar dientes sobre una rueda. O... luz...

Luz con dientes. Lo había visto en el sueño. Luz no como algo brillante en el cielo, sino como una línea excitada, yendo hacia arriba y hacia abajo como una ola.

—¿Podría usted... construir algo como esto? —dijo.

Igor miró los dibujos otra vez.

—Ssí —dijo, moviendo la cabeza. Entonces señaló varios grandes recipientes de vidrio alrededor de dibujo de la columna central del reloj—. Y ssé qué sson éssoss —dijo.

—En mi sue... quiero decir, los imaginé burbujeando —dijo Jeremy.

—Conossimientoss muy, muy ssecretoss, essass jarrass —dijo Igor, ignorando cuidadosamente la pregunta—. ¿Puede consseguir varillass de cobre aquí, sseñor?

—¿En Ankh-Morpork? Fácilmente.

—¿Y ssinc?

—Mucho, sí.

—¿Ássido ssulfúrico?

—En garrafones, sí.

—Debo haber muerto y esstoy en el ssielo —dijo Igor—. Ssólo póngame sserca ssuficiente cobre y ssinc y ássido, sseñor —dijo—, y luego veremoss chisspass.

Tick

—Mi nombre —dijo Lu-Tze, apoyándose sobre su escoba mientras el indignado ting levantaba una mano—, es Lu-Tze.

El dojo quedó silencioso. El atacante hizo una pausa en medio de un bramido.

—¡...Ai! ¡Hao-gng! ¿Gnh? Ohmerdohmerd...

El hombre no se movió pero en cambio pareció replegarse sobre sí mismo, cambiando de la postura marcial a una especie de posición en cuclillas horrorizadas y penitentes.

Lu-Tze se inclinó y frotó un fósforo sobre su barbilla dócil.

—¿Cuál es su nombre, muchacho? —dijo, encendiendo su cigarrillo deforme.

—Su nombre es barro, Lu-Tze —dijo el maestro del dojo, adelantándose. Le dio una patada al retador inmóvil—. Bien, Barro, conoces las reglas. Enfrenta al hombre al que has desafiado, o abandona el cinturón.

La figura permaneció muy quieta por un momento, y luego cautelosamente, de una manera casi teatralmente diseñada para no ofender, empezó a titubear con su cinturón.

—No, no, no necesitamos eso —dijo Lu-Tze gentilmente—. Era un buen desafío. Un decente ¡Ai!, y un muy pasable ¡Hai-eee!, creo. Buen galimatías marcial por todas partes, como el que no escuchas a menudo en estos días. Y no querríamos que se caigan sus pantalones en un momento como éste, ¿verdad? —Olfateó y añadió—: Especialmente en un momento como éste.

Palmeó el hombro del hombre encogido.

—Sólo recuerde la regla que su maestro aquí le enseñó el primer día, ¿eh? Y... ¿por qué no va a limpiarse? Quiero decir, algunos de nosotros tenemos que ordenar aquí.

Entonces se volvió e inclinó la cabeza hacia el maestro del dojo.

—Mientras estoy aquí, maestro, me gustaría mostrarle al joven Lobsang el Dispositivo de Pelotas Erráticas.

El maestro del dojo hizo una profunda reverencia.

—Es tuyo, Lu-Tze el Barrendero.

Mientras Lobsang seguía al deambulante Lu-Tze, escuchó que el maestro del dojo, que nunca perdía una oportunidad de aprovechar una lección, como todos los profesores, decía:

—¡Dojo! ¿Cuál es la Regla Uno?

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