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26 - Ladrón de Tiempo - Terry Pratchett - tetel...doc
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07.09.2019
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Informalmente, la visita era también una manera delicada de asegurarse de que tomara su medicina y de que no estuviera notablemente loco.

Los relojeros estaban bien conscientes de que los intrincados mecanismos del cerebro humano podían soltar un tornillo ocasionalmente. Los miembros del Gremio tendían a ser personas meticulosas, siempre en persecución de una exactitud inhumana, y esto producía bajas. Podía causar problemas. Los resortes no eran las únicas cosas que se arruinaban. El comité del Gremio estaba compuesto, en general, por hombres amables y comprensivos. No eran, en general, hombres acostumbrados a la astucia.

El Dr. Hopkins, el secretario del Gremio, se sorprendió cuando la puerta de la tienda de Jeremy fue abierta por un hombre que parecía haber sobrevivido a un accidente muy serio.

—Er, estoy aquí para ver al Sr. Jeremy —logró decir.

—Ssí, sseñor. El amo esstá adentro, sseñor.

—¿Y usted, mm, es...?

—Igor, sseñor. El Ssr. Jeremy fue basstante amable de tomarme, sseñor.

—¿Usted trabaja para él? —dijo el Dr. Hopkins, mirando a Igor de arriba para abajo.

—Ssí, sseñor.

—Mm... ¿Ha estado parado demasiado cerca de alguna maquinaria peligrosa?

No, sseñor. Esstá en el taller, sseñor.

—Sr. Igor —dijo el Dr. Hopkins, mientras entraba en la tienda—, usted sabe que el Sr. Jeremy tiene que tomar medicina, ¿verdad?

—Ssí, sseñor. Lo menssiona a menudo.

—Y él, mm, ¿su salud general es...?

—Buena, sseñor. Esstá muy entussiassmado con el trabajo, sseñor. Con loss ojoss brillantess y rabo agitado.

—Rabo agitado, ¿eh? —dijo el Dr. Hopkins débilmente—. Mm... El Sr. Jeremy generalmente no retiene a los criados. Me temo que lanzó un reloj en la cabeza del último asistente que tuvo.

—¿De verass, sseñor?

—Mm, no ha lanzado un reloj a su cabeza, ¿verdad?

—No, sseñor. Actúa muy normalmente —dijo Igor, un hombre con cuatro pulgares y puntadas todo alrededor de su cuello. Abrió la puerta al taller—. El Dr. Hopkinss, Ssr. Jeremy. Haré algo de té, sseñor.

Jeremy estaba sentado muy derecho en la mesa, los ojos brillantes.

—Ah, doctor —dijo—. ¡Qué amable de venir!

El Dr. Hopkins observó el taller.

Había habido cambios. Un gran trozo de pared de listones y yeso, cubierto de bosquejos hechos con lápiz, había sido retirado de algún otro sitio y ubicado sobre un caballete a un lado de la habitación. Los bancos, generalmente lugares de descanso de relojes en varias etapas de ensamble, estaban cubiertos de trozos de cristal y lajas de vidrio. Y había un poderoso olor a ácido.

—Mm... ¿algo nuevo? —arriesgó el Dr. Hopkins.

—Sí, doctor. He estado examinando las propiedades de ciertos cristales súper densos —dijo Jeremy.

El Dr. Hopkins respiró hondo con alivio.

—Ah, geología. ¡Un maravilloso pasatiempo! Me alegro tanto. ¡No es bueno pensar en relojes todo el tiempo, usted lo sabe! —añadió, jovialmente, y con una cucharada de esperanza.

La frente de Jeremy se arrugó, como si el cerebro detrás de ella estuviera tratando de ajustarse alrededor de un concepto poco familiar.

—Sí —dijo por fin—. ¿Conoció usted, doctor, ese octirato de cobre que vibra exactamente dos millones, cuatrocientas mil setenta y ocho veces por segundo?

—Tanto como eso, ¿eh? —dijo el Dr. Hopkins—. Caramba.

—Efectivamente. ¿Y que la luz dirigida a través de un prisma natural de cuarzo octivium escinde en solamente tres colores?

—Fascinante —dijo el Dr. Hopkins, reflexionando que podía ser peor—. Mm... ¿Soy yo, o hay un olor bastante... acre en el aire?

—Desagües —dijo Jeremy—. Los hemos estado limpiando. Con ácido. Que para eso necesitábamos el ácido. Para limpiar los desagües.

—Desagües, ¿eh? —El Dr. Hopkins parpadeó. No estaba familiarizado con el mundo de los desagües. Venía un sonido de chisporroteo y una luz azul por debajo de la puerta de la cocina.

—Su, mm, Igor —dijo—. Está muy bien, ¿verdad?

—Sí, gracias, doctor. Es de Uberwald, ya sabe.

—Oh. Muy... grande, Uberwald. País muy grande. —Ésa era una de las dos únicas dos cosas que el Dr. Hopkins sabía sobre Uberwald. Tosió nerviosamente, y mencionó la otra—. Las personas pueden ser un poco extrañas allí, he escuchado.

—Igor dice que nunca ha tenido que ver con esa clase de personas —dijo Jeremy tranquilamente.

—Bien. Bien. Eso es bueno —dijo el doctor. La sonrisa fija de Jeremy estaba empezando a turbarlo—. Él, mm, parece tener muchas cicatrices y costuras.

—Sí. Es cultural.

—Cultural, ¿verdad? —El Dr. Hopkins parecía aliviado. Era un hombre que trataba de ver lo mejor en todos, pero la ciudad se había puesto algo complicada desde que era niño, con enanos y trolls y golems e incluso zombis. No estaba seguro de que le gustaba todo lo que estaba ocurriendo, pero mucho de ello era ‘cultural’, aparentemente, y no se podía objetar, de modo que no lo hacía. Lo 'cultural’ solucionaba los problemas explicando que realmente no estaban ahí.

La luz bajo la puerta se apagó. Un momento después Igor entró con dos tazas de té sobre una bandeja.

Era buen té, tuvo que admitir el doctor, pero el ácido en el aire estaba haciendo lagrimear sus ojos.

—Así que, mm, ¿cómo va el trabajo sobre las nuevas tablas de navegación? —dijo.

—¿Bisscochoss de jengibre, sseñor? —dijo Igor, junto a su oreja.

—Oh, er, sí... Oh, digo, éstos son realmente buenos, Sr. Igor.

—Tome doss, sseñor.

—Gracias. —Ahora el Dr. Hopkins rociaba migas cuando hablaba—. Las tablas de navegación... —repitió.

—Me temo que no he sido capaz de hacer muchos progresos —dijo Jeremy—. He estado ocupado con las propiedades de los cristales.

—Oh. Sí. Usted lo dijo. Bien, por supuesto estamos muy agradecidos por cualquier tiempo del que usted crea que puede prescindir —dijo el Dr. Hopkins—. Y si puedo decirlo, mm, es bueno verlo con un nuevo interés. Demasiada concentración en una sola cosa, mm, es propicia para el infortunio del cerebro.

—Tengo medicina —dijo Jeremy.

—Sí, por supuesto. Er, a propósito, ya que sucede que pasé por el boticario hoy... —El Dr. Hopkins sacó una botella grande, envuelta en papel, de su bolsillo.

—Gracias. —Jeremy señaló el estante detrás—. Como usted puede ver, casi se me había terminado.

—Sí, pensé que así sería —dijo el Dr. Hopkins, como si el nivel de la botella sobre el estante de Jeremy no fuera algo sobre el que los relojeros mantenían una mirada muy cuidadosa—. Bien, me iré, entonces. Bien hecho con los cristales. Solía coleccionar mariposas cuando era niño. Cosas maravillosas, los pasatiempos. Deme un pote de matar y una red y era tan feliz como una pequeña alondra.

Jeremy todavía le sonreía. Había algo vidrioso en esa sonrisa.

El Dr. Hopkins tragó el resto de su té y puso la taza en el platillo.

—Y ahora realmente debo seguir mi camino —masculló—. Tengo tanto que hacer. No deseo distraerlo de su trabajo. Cristales, ¿eh? Cosas maravillosas. Tan bonitos.

—¿Lo son? —dijo Jeremy. Vaciló, como si estuviera tratando de solucionar un problema menor—. Oh, sí. Patrones de luz.

—Tintineantes —dijo el Dr. Hopkins.

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